Las flores del mal
Algo semejante es lo que seguramente mueve a algunos comentaristas políticos a cobijar algo así como una inconfesa e inconsciente simpatía por los grandes criminales políticos contemporáneos: Hitler, Stalin, Mao-Tse-Tung, Ho-Thi-Mihn, Kim II Sung y otros más. Todos ellos fueron figuras humanas gigantescas, titanes del terror que arrastraron a sociedades enteras, e incluso a continentes, a su destrucción, aniquilando millares de vidas humanas en medio de una vorágine de dolor y torrentes de sangre. Tema más que suficiente para composiciones literarias trágicas y apocalípticas, que pueden engendrar regocijos espeluznantes.
La perspectiva es sin embargo muy diferente cuando se contemplan tales calamidades desde la atalaya moral y política, pues aquí no cabe el menor resquicio para una admiración recóndita, sino, sencillamente, el rechazo y la reprobación absoluta.
Fidel Castro es otro personaje de la misma calaña: una figura tenebrosa y cruel que ha conseguido mantener su despótico poder durante casi medio siglo. Los galardones de Castro son: haber convertido a la isla en una monstruosa prisión; haber asesinado a millares de cubanos; haber arrojado en inmundas mazmorras a miles de sus conciudadanos; haber espantado y obligado a abandonar el país a 2 millones de compatriotas; haber arruinado la economía y condenado a la miseria a sus habitantes, con salarios mensuales de 20 a 30 dólares mensuales, escasez crónica de todo y viviendas primitivas.
Dicen algunos que Castro se ha ganado el reconocimiento internacional por su política sanitaria y educacional. Son los buques insignias de la propaganda castrista.
Castro tuvo el acierto de desarrollar el sistema sanitario y el elevado nivel de conocimientos en materia medicinal que existía ya a su llegada al poder. El cuidado sanitario, se dice, beneficia hoy a todo el pueblo, hay excelentes médicos y muchos centros de salud. Por desgracia falta algo esencial: la medicina. Se ha eliminado prácticamente el analfabetismo, algo esencial para el desarrollo del país. Pero ¿puede considerarse ideal una educación que impone a rajatabla los dogmas perimidos del totalitarismo comunista? Una auténtica educación, humanista, ¿no debería formar hombres libres y responsables?
Subrayan otros que con Castro Cuba consigue coronar su liberación, defender su soberanía y consolidar su identidad nacional. Olvidan los que así hablan que la Cuba de Castro pudo sacudirse del protectorado norteamericano sólo sumergiéndose en la dependencia opresiva de la Unión Soviética. Y hoy, depende de nuevo de las limosnas del Comandante Chávez. ¿Dignidad nacional?
Pienso que Cuba será realmente soberana cuando pueda organizar su vida en base al trabajo de sus habitantes, con un sistema económico eficiente, en el marco de instituciones políticas que garanticen la libertad y el imperio del derecho.
No. Ni la historia humana ni mucho menos el juicio eterno de Dios, pueden absolver a Castro, porque las sombras de sus desmanes –en los que obcecadamente hasta hoy persiste- son demasiado densas y le arrastran hacia la galería donde se pudren en el olvido los parias de la humanidad.
Autor: José Leopoldo Decamilli
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